jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Quién no teme al lobo feroz? por Alfonso Colodrón

Inteligencia emocional del MIEDO
¿Quién no teme al lobo feroz?
Por Alfonso Colodrón

*Artículo aparecido originalmente en la Revista Espacio Humano (Noviembre del 2013)
“Nacimos con inocencia y amor, después aprendimos a temer y a desconfiar. Ha llegado la hora de empezar a desaprender”. (Del muro de Jose Manuel Embid Ogando)
Aprendiendo que los miedos son dragones que atesoran tesoros. Que renunciar a los miedos es desapego, es libertad” (Muro de Abigail Pindado).
Hay épocas de tristeza y épocas de alegría. Épocas de cólera y épocas de legítimo orgullo. En periodos de crisis lo que se respira en el ambiente es miedo. Miedo a perder el empleo, miedo a no conseguirlo, miedo a no llegar a final de mes; miedo a ser desahuciado, a prejubilarse a la fuerza  o a no cobrar nunca la jubilación.
 Gran parte de la crisis es psicológica y el sistema que hemos creado entre todos la aprovecha. Corrijo. Una minoría se enriquece mientras que una mayoría se empobrece o, cuando menos, retrocede. Bajan los salarios, se distribuyen las pérdidas entre la población más desfavorecida y se mantienen o aumentan los beneficios de Bancos, multinacionales y especuladores. Sin embargo, estos miedos alimentados por los grandes medios de comunicación de masas son solo los síntomas más visibles de los miedos de toda la vida: miedo a carecer, a sufrir, al futuro, a las pérdidas, a la soledad, a la muerte… Y su contrapartida: miedo a la prosperidad, a la felicidad, a vivir intensamente, corriendo riesgos.
Sin embargo, esto no quiere decir que el miedo sea una emoción innecesaria, falsa, vergonzante ni disfuncional. Todo depende. Si no me atrevo a salir a la montaña o a pasear por un bosque porque he leído que han visto algún lobo suelto, debería ser prudente, pero no paranoico. Los lobos solo me atacarían en manada y si están muy hambrientos. Por tanto, sería un miedo desconectado y disfuncional. Estaría anticipando una pérdida imaginaria y  fantaseando un ataque muy improbable. Estaría temiendo al lobo astuto de Caperucita, pero nada feroz, porque acaba cazado y con el vientre lleno de piedras. Pero sí existen en la vida “lobos feroces” y el miedo es la emoción que nos permite detectarlos y anticiparnos.
El miedo es la facultad innata que compartimos los humanos con todos los animales de percibir las amenazas ante una posible agresión, invasión, pérdida o quiebra de nuestra seguridad individual o de nuestro entorno cercano. El miedo nos permite percibir nuestra propia fragilidad y la vulnerabilidad del espacio de seguridad que cualquier ser vivo necesita para vivir y desarrollarse. Y en la sociedad en la que vivimos solemos pasar de un extremo al otro. El bombardeo de noticias de guerras, actos terroristas, violencia callejera, asesinatos, robos, catástrofes naturales… nos mantienen en guardia y desconfiados. Solo hay que pensar en la defensa acérrima de poseer armas en casa que hace gran parte de la sociedad estadounidense para oponerse a una ley más racional de prohibición y control de armas. La Asociación Americana del Rifle fundada en 1871 posee cinco millones de socios; los fabricantes de armas se frotan las manos y la utilizan como uno de los grupos de presión más poderosos de EEUU.
Por otro lado, el miedo no es una emoción popular. A los varones se nos enseñaba desde  pequeños a no mostrar miedo, porque eso “no es de hombres”. En la adolescencia, sobre todo en las bandas juveniles, hay que demostrar que no se tiene miedo haciendo gamberradas o cometiendo actos violentos. En el servicio militar –obligatorio todavía en muchos países- y en los ejércitos de todo el mundo se premia el valor, la valentía, el coraje, el riesgo, y las machadas. Y esta cultura del “no-miedo” se ha introducido en el mundo empresarial. Ejecutivos y ejecutivas, comerciales hombres y mujeres, deben arriesgarse, no mostrar la vulnerabilidad, siempre disponibles y agresivos, disimular la duda y el cansancio, silenciar los temores.
La inteligencia emocional del miedo pasaría por desaprender parte de los falsos miedos que nos imbuyen desde la infancia y, por otro lado, por deshabituarnos de muchas de las reacciones que hemos repetido a lo largo de nuestra vida y que han conformado nuestro carácter. Y no solo los caracteres “miedosos”, precavidos, paranoides, pueden estar utilizando mal esta emoción, sino también cualquiera de los otros, ya sean tristes y deprimidos, coléricos y contrafóbicos, orgullosos y con alta autoestima, amorosos y serviciales o alegres y despreocupados. Por exceso o por defecto.
Para ello, es absolutamente imprescindible no utilizar ninguna otra emoción, ante una amenaza real detectada. Hay quien siente tristeza y no defiende su territorio, cayendo en el fatalismo y el derrotismo. Esta actitud abunda en tiempos de crisis. En este caso, lo más probable es que se convierta en víctima impotente. Otras personas, por el contrario, actuarán siguiendo su rabia, cayendo en la histeria y la bravuconada. No miden sus fuerzas ante un peligro real y recibirán más palos. Quienes tienen una excesiva autoestima –un orgullo inflado-, se comportan con temeridad y prepotencia, pero no forzosamente evitarán el peligro, porque creen que pueden con todo. Otras personas que van de buenas y serviciales, tendrán comportamientospaternalistas incluso frente a personas que les hacen daño, y eso les debilita, pues normalmente se aprovecharán de ellas. Quienes sustituyen el miedo por alegría, suelen ser temerarios inconscientes. ¿Cuántas personas caminando por un paseo marítimo no han perdido la cámara fotográfica, se han mojado o han sido arrastradas por querer fotografiar de cerca una ola de tres o más metros?
Cuando alguien utiliza bien el miedo ante amenazas reales e inmediatas, se convierte en una persona respetuosa, no invasiva, íntegra y fiable. Aumenta la confianza en su intuición y la libertad de elegir la acción adecuada en cada momento. Sin embargo, si su emoción dominante es el miedo inconsciente y desde la infancia, normalmente desconfiarán de sí mismas, del mundo y de la vida en general. Pondrán en duda continuamente cuál es la mejor opción, viendo los inconvenientes y anticipando peligros imaginarios. Por ello, la demoran, objetan a soluciones que les ofrecen, ponen pegas y llegan a la parálisis. Normalmente boicotean su gran deseo de ser aceptadas, pero al no confiar en sus propias percepciones, desconfían incluso del halago merecido. Así que desarrollan una especie de sensación kinestésica para saber cuándo le dan gato por liebre. Por algo, el sentido asociado al miedo es el tacto y la pregunta a la que responde es DÓNDE: dónde nos sentimos seguros.
El  lema de las personas miedosas sería: “Deberíamos vivir a posteriori“. Así empieza la última novela, “Los frutos de la pasión”, de la serie del personaje creado por Pennac en 1985, Benjamin Malaussène. Vivir a posteriori significaría no tener que arriesgarse, decidir sobre seguro, saber de antemano que la decisión es la correcta, corregir el tiro en caso contrario. A las personas que se identifiquen con la pasión del miedo podría servirles vivir más el presente, sin imaginar desgracias futuras; observar la realidad profundamente sin distorsionarla; fomentar su lealtad y solidaridad confiando más en sí mismas  para poder confiar en los demás. Y esto también nos sirve a todos.
En definitiva, la gestión emocional e inteligente del miedo pasa por:
1.    Reconocer que es una emoción imprescindible para la supervivencia y posterior crecimiento y desarrollo, estableciendo espacios seguros.
2.    Detectar cuándo está justificada, porque existe una amenaza real.
3.    Utilizarla en su justa medida dependiendo de la amenaza, para pasar del simple recelo, a la prudencia, desconfianza, duda, desasosiego…
4.    No caer en ninguna de sus distorsiones empleando otra emoción sustituta cuando “toca” tener miedo.
5.    No sentir miedo ante amenazas imaginarias, fantasías catastróficas y vivencias del pasado que no tienen por qué repetirse.
Entonces, sí podremos cantar con Rosana:
“ Sin miedo sientes que la suerte está contigo ,
jugando con los duendes abrigándote el camino, 
haciendo a cada paso lo mejor de lo vivido. 
Mejor vivir sin miedo….
Sin miedo, las manos se nos llenan de deseos 
que no son imposibles ni están lejos, 
si somos como niños, 
sin miedo a la locura, sin miedo a sonreír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario