jueves, 11 de junio de 2015

Mujeres y hombres. Más fácil de lo que parece




No suelo ir a bares de copas. Tal vez por ello me sorprendió lo que vi la noche en que hice una excepción. Había una treintena de jóvenes entre 20 y 30 años. La música invitaba al baile, pero sólo tres o cuatro se animaban en el espacio dedicado a moverse. Ellos estaban en pequeños grupos. Ellas también. Un par de parejas eran la excepción. La comunicación era nula. La escena me devolvía a esos antiguos bailes de pueblo en donde hombres y mujeres eran dos mundos separados por el río de la vergüenza, del qué dirán, del miedo al rechazo. Era como haber retrocedido cincuenta años, ¡pero estábamos ya en el siglo XXI!

Es como si no hubiera servido el movimiento de liberación de la mujer, que ha logrado su participación activa en la vida pública, su incorporación a cualquier profesión y oficio y  a profundizar en qué consiste ser mujer hoy día. Como si las píldoras anticonceptivas no hubieran modificado sustancialmente las relaciones sexuales y, consecuentemente, la libertad de las mujeres para poder decidir cuándo y cómo y los hombres responsabilizarse de con quién y hasta dónde quieren desnudar el alma y comprometerse.

Los jóvenes que allí se encontraban no parecían ser muy claros sobre lo que querían y cómo conseguirlo: ¿Una ración de vista? ¿Una aventura pasajera? ¿La posibilidad de encontrar pareja? ¿Simplemente afirmar su masculinidad entre otros machos, los hombres, y mostrarse y ser vistas las mujeres, protegidas por el grupo de amigas? Tal vez habían entrado ya en la desorientación para relacionarse que constato en muchas sesiones de terapia y en algunos talleres dedicados a lo masculino y lo femenino: el desconcierto sobre cómo se supone que tiene que ser y actuar un hombre y una mujer en una sociedad avanzada, libre e igualitaria. Se han producido demasiados cambios.

Las mujeres quieren de sus parejas que “lleven los pantalones” frente al mundo, aunque en el hogar prefieran decidir muchas cosas ellas como algo adquirido de sus respectivas madres. Les pedirán que sean fuertes y tiernos, que expresen sus emociones. Les exigirán que sepan escuchar sin tener que dar consejos y que sean capaces de conmoverse por alguna pena susurrada, sin que tengan abalanzarse inmediatamente a poner el parche. Y a fuerza de intentar ser buenos amantes y maridos esforzados, se convierten en lo que Jung reprochó hace ya un siglo a los hombres americanos: se habían convertido en buenos hijos de sus parejas. Competían laboralmente en el mundo exterior, y en ese mundo hacían sus guerras y sus negocios, pero se comportaban como corderitos dentro del hogar.

La mayoría de los hombres necesitamos un trabajo de introspección, de aprendizaje emocional y de apoyo entre otros hombres, si queremos relacionarnos con las mujeres sin caer en viejos esquemas machistas, pero con propósito y libertad, sin dependencia ni sumisión y, sin dejar de ser amorosos.

Este trabajo de desarrollo personal y de implicación social no debe partir de un sentimiento de culpabilidad, ni de una actitud de hostilidad frente a las mujeres, sino de la convicción de que la masculinidad afirma y sostiene la vida. De la experiencia personal y grupal de que los hombres no somos rivales y de que, cuando cooperamos en lugar de competir, somos capaces de co-crear junto a las mujeres, un mundo justo, armonioso y bello. Un mundo amoroso en el que se han integrado lo masculino y lo femenino que yace en la profundidad de cada mujer y de cada hombre. Para lograr este objetivo, es necesario que cada cual siga profundizando día a día cómo compaginar, por un lado, libertad y autonomía y, por otro, pasión y convivencia, pues  amar es tanto libertad como compromiso.

Cada vez es más aceptado el hecho de que los tradicionales atributos “masculinos”, como actividad, dureza, pensamiento, agresividad, sequedad…, pueden compartirlos las mujeres; lo mismo que los hombres pueden compartir atributos “femeninos”, como pasividad, receptividad, ternura, humedad… De una escala que fuese del 1 al 100 en cada uno de estos valores, no podríamos encontrar un solo hombre que tuviera todos los atributos “masculinos” en grado 100 y absolutamente ningún atributo femenino (grado cero en todos). Y lo contrario podría afirmarse de las mujeres. Entonces, ¿dónde estaría la puntuación para ser un hombre-hombre o una mujer-mujer?

Entonces, por qué muchos hombres no tienen amigas –solo novia, pareja o esposa- y muchas mujeres no tienen amigos. Hay una minoría de hombres que solo tienen amigas y de mujeres que solo tienen amigos, porque no se llevan bien con su género en eso de la amistad. Pero,  ¿dónde se halla la frontera entre lo que se puede hacer como amigos y lo que empezaría a rozar una relación sentimental o de pareja?

¿Y qué ocurre cuando se encuentran hombres sin presencia de mujeres? En el trabajo, se respetan las jerarquías. Quién habla primero. Quién emplea más tiempo. Quién calla. Quien asiente y quién y cómo puede disentir. Fuera del trabajo, se buscan complicidades en aficiones deportivas u otras, sin profundizar en nada que nos pueda hacer vulnerables. Sin dar demasiada información personal ni pedirla. Pero si llegan mujeres, consciente o inconscientemente, sabemos nuestra posición y hacemos una valoración. Y esto que puede parecer “machista” a ojos de de las mujeres, es igualmente realizado en una reunión de mujeres en las que aparecen de repente unos cuantos hombres. Inconscientemente cada cual valora quién es “interesante” y quién no –según los propios valores, gustos y experiencias del pasado-. Sin que pase por el pensamiento consciente, hay medio foco –y a media luz del subconsciente- valorando quién es elegible y quién pudiera estar disponible. Y esto, aunque se esté en pareja y no se esté buscando nada. Son los imperceptibles ritmos respiratorios que cambian, latidos del corazón que se aceleran, pequeños y sutiles movimientos corporales de cierre o apertura...

Y aquí empieza el gran equívoco: se confunde atracción con idoneidad. Quien nos atrae no es forzosamente la persona idónea para establecer una relación a largo plazo. No es lo mismo atracción física, que pasión. No es lo mismo pasión que enamoramiento, ni enamoramiento que convivencia. Y para establecer una relación con miras de futuro, no basta la atracción, ni el enamoramiento –que la convivencia suele apagar, cuando no matar-. Es necesario la idoneidad: complementariedad y factores compartidos por partes iguales. No se puede ser totalmente idénticos en caracteres y gustos, pero tampoco totalmente opuestos. Existe el amor inteligente y lúcido, la auténtica pasión del deseo y de la entrega, sin la posesividad y sin los celos.

¿Pero cómo encontrar la diana a la que dirigir la flecha de Cupido? ¿Existe la diana perfecta, eso que llaman el alma gemela, la pareja ideal, o la media naranja? En mi experiencia, planteo como hipótesis que no existe como posibilidad única. Que dianas puede haber varias a lo largo de la vida y que depende a dónde miremos y hacia dónde dirigimos el arco. La media naranja está dentro y sólo hay que encontrar afuera la naranja entera con la que queramos –y ella quiera- juntar en un vaso los dos zumos. Lo más probable es que se encuentre en el círculo de estudios, profesional, social, de vecindad o de ocio, y no en el otro extremo del mundo. Se encontrará  en espacios comunes en el que las personas acudan con el corazón abierto y la mirada limpia. En un entorno en el que dos miradas puedan cruzarse sin prisas, sin demandas, sin expectativas. Por el placer de dar y de recibir, de acoger y de entregarse. Entonces se produce el milagro de VER, de empezar a comprender; de ahí decidirse a aceptar y después a AMAR. Amar profundamente sin que tenga forzosamente que establecerse una relación física de intimidad, sin que el hecho de estar o no estar en pareja sea un impedimento para poder tener la mirada limpia y el corazón abierto.

 Ha llegado el momento de examinar y vivir más lo que nos une a mujeres y a hombres que lo que nos separa, más allá de la atracción física, el enamoramiento, la pareja o la colaboración en las tareas domésticas y en la esfera de lo público: el trabajo, las relaciones sociales, las actividades culturales y la política. Privilegiar una relación que supone un amor especial, intimidad emocional y corporal, máximo deseo y más intensa convivencia, constituye una decisión absolutamente subjetiva y personal, única e intransferible. Dos personas deciden compartir sus vidas o un periodo de las mismas por múltiples razones. Gran parte de ellas inconscientes. Y de lo que se trata es de hacerlas conscientes, de sacarlas a la luz. De responsabilizarse y admitir de una vez por todas que es un acto voluntario. El ejercicio de elegir, la capacidad de apostar y asumir riesgos, la decisión de querer entregarse a otra persona y de ser capaz de aceptarla y acogerla por completo es lo que inicia ese camino que llamamos “pareja” y que muchos confunden con la meta.

Pero lo más importante de todo en ese caminar es ver el alma de la persona con la que hemos elegido caminar y dejarse ver el alma. Volver a mirar profundamente a sus ojos, cuando se nos vela el alma y sólo vemos agujeros y claroscuros o un cuerpo opaco y sin luz, porque hemos perdido la luz de nuestra propia mirada por habernos puesto las gafas oscuras, rayadas y rotas de ver.  Si el cruce de miradas enamoradas del amor mismo, de la vida que se expresa libre en cuerpos de mujer o en cuerpos de hombre, se produce al mismo tiempo en un encuentro de grupo, el éxtasis de la atracción y la creatividad que éste genera se multiplican como el eco que las montañas amplifican. Basta con dejarse desvelar y estar abiertos a revelar, como un negativo fotográfico, el original único, singular y sexuado que todos y cada uno de nosotros somos.

Y todo esto se  hace fácil, cuando nos permitimos hacer un alto en nuestro runrún cotidiano, reflexionar con otros hombres y mujeres que nos sirven de espejo, compartir en voz alta nuestros temores, expectativas, decepciones y sueños. Cuando escuchamos con el corazón los temores, expectativas, decepciones y sueños de los demás. Y a veces los recursos y las soluciones encontradas. En definitiva, cuando abrimos nuestro corazón y nos abrimos a poder latir al unísono con otros corazones en este asunto esencial que es compartir o no la vida en pareja, con quién, cómo, cuánto tiempo y, sobre todo, con qué propósito y en qué dirección.

Alfonso Colodrón
www.alfonsocolodron.net