La muerte,
esa fiel compañera (I)
Por Alfonso Colodrón
Hoy día, la muerte de cualquier
conocido hace surgir una mezcla de rebeldía (porque la técnica no ha logrado
hacernos inmortales), miedo (¿cuándo me
tocará a mí?) y perplejidad (¿qué se puede decir a los familiares más allá de
la fórmula de cortesía "te acompaño en el sentimiento"?). Evitamos
nombrarla directamente y nos inventamos eufemismos como "la parca",
"la pelona", "la de la guadaña". Pero todo esto no evita
que Ella esté siempre a la altura de nuestro hombro. Dicho de una manera menos
alegórica, la muerte es el único hecho ineluctable de la vida y puede
alcanzarnos en cualquier momento. Pero nunca se adelanta ni se atrasa ni un
solo segundo.
Este tránsito a lo desconocido se está
produciendo continuamente a nuestro alrededor y de manera masiva: muertes por
enfermedad, accidentes de tráfico, catástrofes naturales, guerras... Tal vez
por ello, la cultura occidental actual intenta tratarlas como simples cifras
estadísticas.
La medicina alopática convencional
todavía habla de "arrancar al
paciente de las garras de la muerte", como si ésta fuera la enemiga
y no el proceso culminante y natural de cualquier vida. Cuando ya no se sabe que más hacer, tras
agotar fármacos e intervenciones quirúrgicas, se recluye a los moribundos en
las salas de los hospitales detrás de asépticos biombos blancos, con un cierto
sentimiento de culpa e impotencia. En muchos países desarrollados, el 70 % de
la población muere en instituciones públicas o privadas -y más del 50% en
hospitales-, aunque, según todas las encuestas, nueve de cada diez personas
preferirían morir en su casa, rodeadas de los suyos. Un amigo escribió a modo
de testamento, días antes de fallecer de cáncer de laringe: "Los médicos y
las enfermeras me miran como si no me viesen, como si ya hubiese pasado al otro
lado de un cristal impalpable. Pero yo me siento más vivo que nunca. Ahora que
no puedo hablar, me gustaría que me contarais historias, que me hablaseis de
verdad de vuestras vidas...".
Muchas veces el miedo a la muerte
refleja simplemente una incapacidad para ser receptivos a sentimientos intensos
y para comunicarlos. Ante la muerte no sirven las palabras superficiales ni los
gestos cotidianos. Por eso, una sociedad que se aparta de la muerte, se aleja
también de la vida real.
Continúa en el siguiente post.
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