viernes, 10 de mayo de 2013



La muerte, esa fiel compañera (I)
Por Alfonso Colodrón
         Hoy día, la muerte de cualquier conocido hace surgir una mezcla de rebeldía (porque la técnica no ha logrado hacernos inmortales), miedo  (¿cuándo me tocará a mí?) y perplejidad (¿qué se puede decir a los familiares más allá de la fórmula de cortesía "te acompaño en el sentimiento"?). Evitamos nombrarla directamente y nos inventamos eufemismos como "la parca", "la pelona", "la de la guadaña". Pero todo esto no evita que Ella esté siempre a la altura de nuestro hombro. Dicho de una manera menos alegórica, la muerte es el único hecho ineluctable de la vida y puede alcanzarnos en cualquier momento. Pero nunca se adelanta ni se atrasa ni un solo segundo.
         Este tránsito a lo desconocido se está produciendo continua­men­te a nuestro alrededor y de manera masiva: muertes por enfermedad, accidentes de tráfico, catástrofes naturales, guerras... Tal vez por ello, la cultura occidental actual intenta tratarlas como simples cifras estadísticas.
         La medicina alopática convencional todavía habla de "arrancar al  paciente de las garras de la muerte", como si ésta fuera la enemiga y no el proceso culminante y natural de cualquier vida.  Cuando ya no se sabe que más hacer, tras agotar fármacos e intervenciones quirúrgicas, se recluye a los moribundos en las salas de los hospitales detrás de asépticos biombos blancos, con un cierto sentimiento de culpa e impotencia. En muchos países desarrolla­dos, el 70 % de la población muere en instituciones públicas o privadas -y más del 50% en hospitales-, aunque, según todas las encuestas, nueve de cada diez personas preferirían morir en su casa, rodeadas de los suyos. Un amigo escribió a modo de testamento, días antes de fallecer de cáncer de laringe: "Los médicos y las enfermeras me miran como si no me viesen, como si ya hubiese pasado al otro lado de un cristal impalpable. Pero yo me siento más vivo que nunca. Ahora que no puedo hablar, me gustaría que me contarais historias, que me hablaseis de verdad de vuestras vi­das...".
         Muchas veces el miedo a la muerte refleja simplemente una incapacidad para ser receptivos a sentimientos intensos y para comunicarlos. Ante la muerte no sirven las palabras superficiales ni los gestos cotidia­nos. Por eso, una sociedad que se aparta de la muerte, se aleja también de la vida real.

Continúa en el siguiente post.

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