Padre
nuestro que estás en la tierra(I)
Por
Alfonso Colodrón.
Hace doce meses publicaba un artículo que titulé “La búsqueda del padre y la madurez espiritual”. Transcurrido un año y una veintena más de grupos de hombres, vuelvo sobre a retomar este asunto del padre, ya que surge una y otra vez en las terapias y en los encuentros exclusivamente masculinos de desarrollo personal. Círculos fraternales en los que no se habla de ligues, fútbol, o trabajo, sino de dudas, logros, heridas y solidaridad.
Hace doce meses publicaba un artículo que titulé “La búsqueda del padre y la madurez espiritual”. Transcurrido un año y una veintena más de grupos de hombres, vuelvo sobre a retomar este asunto del padre, ya que surge una y otra vez en las terapias y en los encuentros exclusivamente masculinos de desarrollo personal. Círculos fraternales en los que no se habla de ligues, fútbol, o trabajo, sino de dudas, logros, heridas y solidaridad.
La dimisión de un Papa y la
elección de otro fue una buena metáfora de la problemática del padre.
“Problema” del padre, por celestial, espiritualizado y lejano; ausente o
temido; dimitido o cansado; borracho y maltratador, machista dominante e
intrusivo; o femeneizado, temeroso de la mujer y evitador del
conflicto.… Padres que se han podido tener o padres que se han interiorizado de
ese modo; padres a los que se quiere imitar o todo lo contrario; padres a los
que se quiere superar, o con los que se anhela comunicar sin saber cómo. Padres
a los que se guarda rencor o se odia abiertamente. Padres a los que se quiere a
veces de forma tóxica o dañina para uno mismo. Padres a los que no se ha
conocido, porque abandonaron el hogar o murieron…
“Matar al padre” para ocupar
su puesto es un tema freudiano suficientemente analizado y que aparece en
muchas mitologías y en muchos cuentos para adultos. A veces, en forma de
destronamiento del rey por parte del príncipe, para ponerse la corona y ocupar
el trono. El actor Ricardo Darin, cuyo padre también era actor reconoce: “Le
usurpé el nombre. Nos llamábamos igual. Me pusieron una h entre paréntesis de
hijo. Le pregunté si no le importaba que la quitaran. Asintió. Pusieron
entonces a mi padre una p entre paréntesis. Ya me convertí en un “killer,
cumpliendo el método de Freud”. Pero hay múltiples caminos para hacerse
adulto, sin matar metafóricamente al padre.
Todos los caminos conducen a
Roma y, volviendo a ella, me impresionó ver a tantos “hijos huérfanos” en la
Plaza de San Pedro, porque su papá-Papa había dimitido por cansancio e
impotencia de cambiar ciertas cosas. Varios días después manifestaban su
entusiasmo alegría por tener un nuevo papá-Papa, que parecía más cercano en los
gestos. ¡Por fin, se decían, alguien paternal que besa a los niños y a los
enfermos y se apea del coche blindado! En la novela “El Gatopardo” de
Lampedusa, en un momento histórico pre revolucionario, Tancredi declara a su
tío, el príncipe Fabrizio: “A veces es necesario cambiar algo, si queremos
que todo siga igual”. Pero no queremos que nada cambie, sino acabar con el
sufrimiento innecesario, romper la cadena de inconsciencia que genera la mente
patriarcal y desemboca en la actual crisis global de los antiguos modelos
familiares, sociales, políticos y económicos.
Como afirma Sergio Sinay en “La
masculinidad tóxica” (Ediciones B), los tipos de padre se reproducen en las
formas de gobernar de los “padres gobernantes”, que van desde el
asistencialismo paternalista al autoritarismo despiadado, pasando por el engaño
descarado. Son tipologías que amplían el modelo del padre que seduce al hijo
con regalos, del que lo somete por la fuerza y del que lo engaña con falsas
promesas. Todas ellas son formas de no ver al otro (el hijo real o el
hijo-ciudadano) como persona autónoma, no reconocerlo ni darle valor. Y esto ha
producido una falsa masculinidad, hecha de desconfianza de los varones entre
sí, de desvalorización de las mujeres o de una falsa idealización, de
violencia, adicciones, ambición depredadora o pasotismo.
Todo padre empezó siendo un
hijo, pero no todo hijo acaba siendo padre. Ser padre o no parece una simple
decisión personal, una cuestión de carácter o algo marcado por el
destino. Cuando se profundiza, no obstante, en el inconsciente personal,
comprobamos cuánto influye para ser padre o no la relación con el propio padre
y la figura que nos hemos forjado de él en la infancia y en la adolescencia. El
refranero español es muy ilustrativo al respecto: “De tus hijos solo esperes
lo que con tu padre hicieres” (heredamos de los padres costumbres, virtudes
y defectos, a veces de forma involuntaria). “El padre desvergonzado hace al
hijo mal hablado” (personas maltratadoras han tenido muchas veces padres
maltratadores; otros se maltratan a sí mismos en la posición de víctimas
permanentes para no maltratar a nadie: ni tanto ni tan calvo). “Padre
millonario y trabajador, hijo vago y gastador” (padres ausentes o/y
consentidores suelen obtener hijos totalmente opuestos a lo que hubieran
deseado). Y si el hijo nace difícil, “hay que darle al niño malo más amor y
menos palo”. Y, al final de los finales, “hasta que no seas padre, no
sabrás ser hijo”, pero es un camino de esfuerzo personal, porque “nadie
es sabio por lo que supo su padre”.
Y no solo la paternidad.
Muchos hombres se sorprenden en un momento u otro de sus vidas cuando caen en
la cuenta de que también la elección de su pareja, la forma de relacionarse con
ella, la facilidad o dificultad de comunicación, el tipo de conflictos y
su aumento o resolución dependen en gran medida de lo que mamaron en su
infancia en el propio hogar. A veces por imitación. A veces, justamente por
querer ser lo opuesto de su padre y crear una pareja y/o una familia en el
extremo opuesto a lo que vivieron o padecieron en su familia de origen.
Continua en el post siguiente
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