lunes, 8 de abril de 2013



Padre nuestro que estás en la tierra(I)

Por Alfonso Colodrón


    Hace doce meses publicaba un artículo que titulé  “La búsqueda del padre y la madurez espiritual”. Transcurrido un año y una veintena más de grupos de hombres,  vuelvo sobre a retomar este asunto del padre, ya que surge una y otra vez en las terapias y en los encuentros exclusivamente masculinos de desarrollo personal. Círculos fraternales en los que no se habla de ligues, fútbol, o trabajo, sino de dudas, logros, heridas y solidaridad.
La dimisión de un Papa y la elección de otro fue una buena metáfora de la problemática del padre. “Problema” del padre, por celestial, espiritualizado y lejano; ausente o temido; dimitido o cansado; borracho y maltratador, machista dominante e intrusivo;  o femeneizado,  temeroso de la mujer y evitador del conflicto.… Padres que se han podido tener o padres que se han interiorizado de ese modo; padres a los que se quiere imitar o todo lo contrario; padres a los que se quiere superar, o con los que se anhela comunicar sin saber cómo. Padres a los que se guarda rencor o se odia abiertamente. Padres a los que se quiere a veces de forma tóxica o dañina para uno mismo. Padres a los que no se ha conocido, porque abandonaron el hogar o murieron…
“Matar al padre” para ocupar su puesto es un tema freudiano suficientemente analizado y que aparece en muchas mitologías y en muchos cuentos para adultos. A veces, en forma de destronamiento del rey por parte del príncipe, para ponerse la corona y ocupar el trono. El actor Ricardo Darin, cuyo padre también era actor reconoce: “Le usurpé el nombre. Nos llamábamos igual. Me pusieron una h entre paréntesis de hijo. Le pregunté si no le importaba que la quitaran. Asintió. Pusieron entonces a mi padre una p entre paréntesis. Ya me convertí en un “killer, cumpliendo el método de Freud”. Pero hay múltiples caminos para hacerse adulto, sin matar metafóricamente al padre.
Todos los caminos conducen a Roma y, volviendo a ella, me impresionó ver a tantos “hijos huérfanos” en la Plaza de San Pedro, porque su papá-Papa había dimitido por cansancio e impotencia de cambiar ciertas cosas. Varios días después manifestaban su entusiasmo alegría por tener un nuevo papá-Papa, que parecía más cercano en los gestos. ¡Por fin, se decían, alguien paternal que besa a los niños y a los enfermos y se apea del coche blindado! En la novela “El Gatopardo” de Lampedusa, en un momento histórico pre revolucionario, Tancredi declara a su tío, el príncipe Fabrizio: “A veces es necesario cambiar algo, si queremos que todo siga igual”. Pero no queremos que nada cambie, sino acabar con el sufrimiento innecesario, romper la cadena de inconsciencia que genera la mente patriarcal y desemboca en la actual crisis global de los antiguos modelos familiares, sociales, políticos y económicos.
Como afirma Sergio Sinay en “La masculinidad tóxica” (Ediciones B), los tipos de padre se reproducen en las formas de gobernar de los “padres gobernantes”, que van desde el asistencialismo paternalista al autoritarismo despiadado, pasando por el engaño descarado. Son tipologías que amplían el modelo del padre que seduce al hijo con regalos, del que lo somete por la fuerza y del que lo engaña con falsas promesas. Todas ellas son formas de no ver al otro (el hijo real o el hijo-ciudadano) como persona autónoma, no reconocerlo ni darle valor. Y esto ha producido una falsa masculinidad, hecha de desconfianza de los varones entre sí, de desvalorización de las mujeres o de una falsa idealización, de violencia, adicciones, ambición depredadora o pasotismo.
Todo padre empezó siendo un hijo, pero no todo hijo acaba siendo padre. Ser padre o no parece una simple decisión personal, una cuestión de carácter o algo marcado por el  destino. Cuando se profundiza, no obstante, en el inconsciente personal, comprobamos cuánto influye para ser padre o no la relación con el propio padre y la figura que nos hemos forjado de él en la infancia y en la adolescencia. El refranero español es muy ilustrativo al respecto: “De tus hijos solo esperes lo que con tu padre hicieres” (heredamos de los padres costumbres, virtudes y defectos, a veces de forma involuntaria). “El padre desvergonzado hace al hijo mal hablado” (personas maltratadoras han tenido muchas veces padres maltratadores; otros se maltratan a sí mismos en la posición de víctimas permanentes para no maltratar a nadie: ni tanto ni tan calvo). “Padre millonario y trabajador, hijo vago y gastador” (padres ausentes o/y consentidores suelen obtener hijos totalmente opuestos a lo que hubieran deseado). Y si el hijo nace difícil, “hay que darle al niño malo más amor y menos palo”. Y, al final de los finales, “hasta que no seas padre, no sabrás ser hijo”, pero es un camino de esfuerzo personal, porque “nadie es sabio por lo que supo su padre”.
Y no solo la paternidad. Muchos hombres se sorprenden en un momento u otro de sus vidas cuando caen en la cuenta de que también la elección de su pareja, la forma de relacionarse con ella, la facilidad o dificultad de  comunicación, el tipo de conflictos y su aumento o resolución dependen en gran medida de lo que mamaron en su infancia en el propio hogar. A veces por imitación. A veces, justamente por querer ser lo opuesto de su padre y crear una pareja y/o una familia en el extremo opuesto a lo que vivieron o padecieron en su familia de origen.

Continua en el post siguiente

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