lunes, 8 de abril de 2013




PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LA TIERRA (II)



Afortunadamente existen muchos hombres que podemos encontrar en nuestro camino y que pueden suplir lo que nuestro padre no pudo darnos. El músico y compositor italiano, Ludovico Einaudi, hijo del famoso editor Giulio Einaudi, confiesa en una entrevista que con 20 años encontró como maestro al compositor Luciano Berio, pionero en mezclar música clásica y electrónica y que le cambió la vida. “Me hizo ganar confianza —algo que me había faltado en mi familia—, me hizo sentir que las piezas que había compuesto hasta entonces, que yo consideraba pequeñas y frágiles, tenían valor. Imagino que este sería el papel de un padre. Y es lo que intento hacer con mis dos hijos mayores”. La posición de su padre le permitió al menos vivir en un ambiente intelectual y culto que le abrió las puertas a poder estudiar en Estados Unidos. Por ello, es mejor agradecer lo que nuestros respectivos padres nos dieron –aunque solo fuese el esperma necesario para fecundar el óvulo de nuestra madre- que pasar la vida en un continuo reproche de lo que no recibimos. Si no, nos encontraremos en la posición de la canción de Luis Eduardo Aute: “Perdido el norte,/el este, el oeste y el sur…./ voy sorteando tumbas…/huérfano de estrellas que me indiquen algún sol”  (Intemperie, 2010). En su película de animación, padre e hijo miran el malecón de Manila en 1945. Yo tuve ocasión de verlo reconstruido siete años después siendo niño, aunque mi padre no estaba al lado. Trabajaba en la Universidad de Manila. Y siento la misma nostalgia que expresa en otra de sus canciones:
 Padre, me hubiese gustado
despedirte con un canto,
medio adiós y medio llanto,
respetuoso con tu yacer
magnífico y sereno,
un canto fructuoso y pleno.
Y cuando los padres están vivos, es mejor cerrar los circuitos antes de que fallezcan. Yoshimori Noguchi, en “La ley del espejo” (Maeva ediciones), da unos cuantos consejos sencillos para poder aceptar el haber sido heridos, porque perdonar y pedir disculpas es el mejor paso para liberarse del pasado y construir un presente más luminoso, consciente y feliz.
Y cuando se es padre, se rompe por fin la cáscara del reproche, la exigencia, el desagradecimiento y la dureza. Como dice Carlos Ugarte, responsable de relaciones externas de Médicos sin fronteras, ahora que tiene un hijo de ocho años, ya no puede volver a Somalia, el Congo, Ecuador, Kosovo, Irán… y volver a vivir lo que ha visto, porque su hijo le deja en carne viva y sin armadura. Decide estar presente para su hijo después de hacer de padre de miles de niños huérfanos, desnutridos, explotados.
Necesitamos padres terrenales, presentes, prácticos y cuidadosos que bajen de los cielos de los ideales de perfección, de consecución de prosperidad en sus largas jornadas laborales, de búsqueda de amplios horizontes de futuro perdiendo la vida de lo cotidiano. Padres que compartan la crianza de los hijos sin delegarla en la pareja ni en los centros de enseñanza. Padres que apoyen sin ser consentidores, que sepan poner sus propios límites sin fingirlos; que reconozcan confiados que los hijos son flechas disparadas que tienen su propio destino. Agradecidos a sus padres y abuelos. Porque solo desde el agradecimiento de lo que sí hubo, puede aumentarse el patrimonio emocional que se puede compartir. En la mediana edad se tiene el reto y la oportunidad de poder cuidar a los padres ya ancianos y a los hijos todavía menores de edad.
Padre nuestro que estás en la tierra,
mereces y te damos nuestro respeto.
Gracias por compartir tu reino y territorio.
Que tu voluntad sea razonada desde el corazón
y será cumplida en la tierra con admiración de los cielos.
No nos des más pan del necesario, pues ya nos lo ganamos.
Disculpa nuestra ignorancia y nuestros reproches,
pues nosotros disculpamos lo que no pudiste darnos.

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