lunes, 30 de abril de 2012


¿La sexualidad masculina en retroceso?

Tal vez no sean políticamente correctas las siguientes reflexiones. Son fruto, sin embargo, de lo que observo alrededor, de lo que me cuentan y de mi propia experiencia.
El mito se mantiene, pero la realidad lo desmiente. El mito de que los hombres siempre estamos listos para la actividad sexual. De que cualquier mujer debe atraernos o, al menos ser capaces de entablar una relación de “aquí te pillo, aquí te mato”. Cada vez acuden más hombres jóvenes a mi consulta con un común denominador: los valores que les transmitieron durante la infancia y la adolescencia, lo que se muestra en anuncios y películas, no corresponde a lo que sienten. Son muchos los que se sienten cortados, tímidos, patosos, sin recursos, para acercarse al género femenino para entablar una conversación, una relación de amistad o una aventura pasajera. Algunos se sorprenden de que sean ellas las que se acerquen, tomen la iniciativa y tengan claro lo que quieren.
Otros, que no tienen esta dificultad o que la superaron, inician una relación de pareja y, al cabo de uno o dos años, “se aburren”, miran a izquierda y derecha, se culpan de sentirse atraídos por otras, se pelean por tener algo de tiempo libre para los amigos, el deporte, sus aficiones y se quejan de sentirse controlados, agobiados, sin tiempo para ellos. Un tiempo que no quieren forzosamente compartir. Tal vez quieran dedicarse a navegar por la red, ver un partido de fútbol en la televisión, leer el periódico, o sencillamente vaguear en casa sin hacer nada. “Quiéreme libre, déjame ser” parecería que gritan desde el fondo del alma, sin atreverse a formularlo, por miedo a la ruptura, la soledad, la vuelta a empezar o… simplemente por la comodidad de no tener que esforzarse cuando les pica la testosterona.
Y hay personas que ya pasaron de los cuarenta y cuya libido disminuyó, no porque sea ley de vida, sino porque están completamente absorbidos por el trabajo, la economía familiar, la crisis, el miedo al futuro, los hijos… Y lo normal es que sus respectivas parejas vivan frustradas, y con razón. Porque la sexualidad es una energía mucho más amplia que tener un coito, con o sin orgasmo. Y el orgasmo es algo más que soltar la tensión acumulada.
Y mantener un alto nivel de energía sexual nos lleva a poner en cuestión la vida actual sedentaria, los trabajos sin sentido, la comida basura, los estímulos artificiales, la pérdida de contacto con la naturaleza, el consumismo como alternativa a la frustración y al vacío existencial.
La energía sexual, si no se quiere sublimar, requiere retroalimentación, riego, originalidad. Todo lo contrario de la rutina. Y, si se está en pareja o en una relación, se llame como se llame, se necesita comunicación, conciencia, poner palabra a sentimientos y necesidades, a problemas y soluciones. No se puede sustituir la relación sexual por la verbal, ni viceversa. Hay parejas que arreglan una discusión monumental con un polvo. Y hay quienes no mantienen relaciones hace años y discuten sin parar –otra forma de descargar energía-.
El tema da para mucho más. Valgan estas reflexiones incorrectas como introducción. Y un consejo para terminar. Leed a David Deida (El camino del hombre superior) y tal vez os empecéis a replantear algunos hábitos nada satisfactorios y a encontrar algunas respuestas que ya habíais intuido.



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